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Boca del Río, 500 millones desaparecidos; el alcalde Unanue y Maryjose bajo sospecha

@LineaCaliente

Por Edgar Hernández*

El negocio del agua en Boca del Río, gobernado por Juan Manuel Unanue, deja pingües ganancias.
Son 500 millones los que nomás no aparecen y para ocultar toda sospecha se busca a toda costa desaparecer toda evidencia, al propio organismo mismo del agua que lo administra -CAB- y entrega el moche disfrazado.
La historia no es tan simple.
Todo parte de una demanda ciudadana interpuesta el pasado 3 de enero ante el Instituto Veracruzano de Acceso a la Información -IVAI-REV/0114/2025/1- para que la alcaldía de Boca del Río informara el destino del dinero “obtenido de la relación comercial con la Compañía de Agua de Boca, CAB en donde el ayuntamiento tiene el 2% de las acciones”.
La sospecha parte de que ese porcentaje traducido en dinero -500 millones- no se ha visto reflejado en el abasto y distribución del vital líquido a sedientas colonias en su abasto, así como las obras de maquillaje que no resuelven las fugas ni suministro adecuado.
El drama de la escasez del vital líquido se ha extendido a tal número de colonias boqueñas que voz en cuello la población demanda la rendición de cuentas ya que se presume que parte de los 500 millones se destina a la campaña electoral del PAN en el municipio.
Y es, en ese ajo, donde aparece la candidata a la alcaldía Maryjose Gamboa, quien se “cubre” de involucramiento alguno al prometer la desaparición de CAP, sin mencionar la urgencia de una la investigación por desvíos millonarios, alcances de la concesión, reportes técnico legales, administrativos, financieros y estadísticos contendidos en el título de la concesión.
El IVAI, por tanto, emplazó a la Dirección de Agua del Ayuntamiento, al gobierno municipal mismo, para que “rinda cuentas a la brevedad del porcentaje en dinero que ha entregado el CAP desde su creación al municipio”.
Son 500 millones nada más.
“Son ingresos que fueron recibidos por alguien y que debieron ser administrados y ejercidos, así como debió haberse indicado su destino”.
Ya mismo son más de 130 mil boqueños quienes durante febrero, marzo, abril y mayo, resienten cada año la baja presión o falta del vital líquido ante la indolencia del CAP y el esquinazo declarativo del alcalde Juan Manuel Unanue que cada se la pasa prometiendo que “no habrá más estiaje”.
Por lo que toca a la candidata del PAN, Maryjose Gamboa, llama la atención su escurrimiento para abordar el tema al comprometerse de manera simple y sin investigación de por medio, a que desaparezca el CAP.
Es solo una promesa de campaña que cuando se es gobierno generalmente se ignora, más si deja ganancias por fuera.
En los últimos días y rumbo al cierre de las campañas, la aspirante panista ha sido objeto de una serie de cuestionamientos por sus extrañas alianzas en donde se afirma que está rodeada por sombras de corrupción.
Ha sido puesta en tela de juicio su cercanía con Carlos Valenzuela y Cristina Araiza, operadores del pasado y especialistas en la guerra sucia, manipulación mediática y vínculos con el Clan Yunes hoy apestado a nivel nacional.
La controvertida candidata ha sido además objeto de impugnación de parte de Humberto Alonso Morelli “por una cadena de violaciones a sus derechos político-electorales, atribuibles directamente a la cúpula panista, quienes —mediante dilaciones, opacidad y favoritismo— bloquearon su derecho a competir en condiciones de equidad”.
El expediente TEV-JDC-160/2025, recientemente sobreseído por el TEV, ahora será revisado por la máxima autoridad electoral federal, al activarse el recurso de apelación vía “per saltum”, lo que abre la posibilidad de que la candidatura de Gamboa sea revocada.
En realidad, es una posibilidad remota.
Son escarceos de última hora, acaso juegos electorales que, para no varían, siempre esconden aparte de la disputa por el poder, los ríos de dinero que fluyen por debajo de la mesa.
Es el dinero que administran los Yunes.
Tiempo al tiempo.

*Premio Nacional de Periodismo

Cosoleacaque, una muestra de cómo va a operar Morena el fraude electoral

@LineaCaliente

Por Edgar Hernández*

A escasos 13 días de la jornada comicial para renovar las alcaldías en los 212 municipios, Morena recrudece el amedrentamiento a la población, la violencia contra los aspirantes opositores y afina el fraude en urnas con el auxilio de OPLE.
Cosoleacaque es tan solo una muestra del tamal electoral que prepara.
Grave conflicto de interés se registra en el OPLE donde el árbitro y el jugador quedan en una sola familia.
Mientras Edgar Josué Santiago, Secretario del Consejo Municipal de Cosoleacaque del OPLE Veracruz “vigila” la imparcialidad del proceso electoral desde el órgano local, su propio hermano, Valente Santiago Rodríguez, promueve activamente el voto a favor de la candidata morenista Elena Montalvo.
Y lo hace a través de brigadas y movilización territorial.
Esto, por sí solo, representa una violación flagrante al principio de imparcialidad del árbitro electoral, pues no solo existe un conflicto de interés: hay una línea directa entre la oficina electoral y la estructura de campaña.
Pero el escándalo no termina ahí.
El propio Edgar Josué Santiago Rodríguez se encuentra actualmente trabajando en el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), una dependencia federal, lo cual le impide legal y éticamente ocupar un cargo de dedicación exclusiva como lo es la Secretaría del Consejo Municipal del OPLE.
Es decir, este individuo -que para acabar de fregarla se llama Edgar- cobra doble, incurre en incompatibilidad de funciones y viola los principios básicos del servicio público.
Usurpa un cargo que exige exclusividad, neutralidad y compromiso total con la democracia, mientras mantiene vínculos operativos con el gobierno y su partido.
Por tanto ¿De qué sirve un árbitro que juega con el uniforme del equipo contrario y además cobra por dos lados?
Esto no es solo una falta administrativa. Es una traición al proceso democrático, un fraude a la legalidad y una burla a la ciudadanía.
Ante ello las autoridades electorales estatales solo miran para otro lado. En el dejar hacer dejar pasar toleran la red de complicidades en pleno proceso electoral.
El pueblo de Cosoleacaque queda como rehén de funcionarios cínicos que reparten boletas por el día y propaganda por la noche.
Este no es un proceso electoral, es una simulación descarada.
¿Dónde está la garantía de unas elecciones limpias?
Por más que el gobierno adelante imparcialidad y que el responsable político de la jornada del 1º de junio, Ricardo Ahued, se declare blanca paloma, atrás se esconde el fraude, la corrupción, el tráfico de alcaldías y el abuso de poder.
En este espacio hemos venido denunciando las triquiñuelas que prepara el OPLE con un PREP previamente cargado en favor de Morena.
Por la tarde luego de la jornada electoral, al cierre de las casillas habrá de entrar en operación el conteo electrónico falso, amañado, en favor de Morena. Ahí se consumará el fraude electoral, en ese famoso algoritmo que engorda o desaparece votos.
Así fue en Veracruz en las elecciones del 2021, lo mismo sucedió en 2024 con la magia de la desaparición de un millón de votos y es previsible -con permiso de la autoridad- suceda lo mismo el próximo primero de junio cuando por la noche del primero de junio se proclame el ¡Triunfó de la democracia!
Tiempo al tiempo.

*Premio Nacional de Periodismo

Fidel, el hombre de los contrastes

Por Oswaldo Ceballos |

Inteligente, astuto y que desde cero formó un capital político que dominó de norte a sur el estado Veracruz, Fidel Herrera Beltrán logró posicionarse en lo más alto de la esfera tanto social como política. Es indudable el poder que tuvo.

Ahora con su fallecimiento y homenaje en el mismo Congreso del Estado, se demuestra lo bien querido que fue y lo tan odiado que llegó a ser.

Las dos sensaciones, se las ganó a pulso.

De algunos de los periodistas o reporteros, pero sobre todo empresarios de Medios que se deshacen en elogios del exgobernador se entiende puesto que Fidel Herrera, a donde quiera que iba, soltaba fajos de dinero a diestra y siniestra, hacían filas para recibir los famosos “chayos” y por eso siempre era esperado en los municipios por una gran parte de la prensa en aquél entonces.

En su administración, hubo un incremento desmedido de nuevos medios de comunicación, ante el casi seguro convenio que el Gobierno del Estado tendría con ellos, fue un gasto excesivo entre cochupos y acuerdos que se dio en esos años para con la prensa que estaba casada con publicar todo lo que el gobernador hacía.

Porque no solo era el ejecutivo estatal como entidad, también las dependencias ofertaban esos convenios lo que infló todavía más esos números.

Por eso tanto amor.

Por eso en esa administración se hicieron muy famosas las palabras “falófago” y “genuflexo” en Veracruz, porque él con su amplio vocabulario las colocó en la oralidad jarocha.

Claro que no todos los comunicadores cayeron en ese limbo, hubo varias honrosas excepciones.

También, resolvía a billetazos diversos problemas sociales, no permitía las manifestaciones abriendo un diálogo con los inconformes y casi siempre la solución era calmar al líder con una buena oferta económica (mientras los seguidores se conformaban con una torta y el chesco).

Es verdad que hizo más obra que muchos otros gobernantes, algunos lo llamaban “el señor de los puentes” pues ejecutó varios en todo el estado, otros más quedaron a medias.

Con él, creció de forma exponencial el número de concesiones de taxis y aparte la instrucción era clara, estas unidades serán de color rojo puesto que rojo es el PRI y rojo será el estado.

Hizo millonarios a muchos, pero a muchos personajes que antes eran menos que nada, por eso tampoco se entiende que algunos malagradecidos no le rindieran siquiera un “gracias, tío Fide” ahora en su partida o unas lágrimas aunque sean hipócritas en su despedida.

Porque este hombre sí se metía al lodo, sí ayudaba a costa de muchas cosas a mucha gente, sí se empeñó en que su nombre se levantará a tal grado que sonará fuerte en Ciudad de México, que fuera contemplado, que fuera respetado y admirado.

Él nunca te decía que no, para eso tenía a sus subalternos quienes hacían la función de los villanos del cuento y ahí te “bateaban” si tu petición no se te podía conceder.

Entre los oscuros pasillos gubernamentales crecían los chismes de lo mujeriego que era, esa debilidad humana y en este caso la debilidad del hombre ante el deseo carnal de lo inalcanzable, de lo ajeno, de la belleza en una mujer que cautiva hasta al más sereno y qué, sabiendo de su inmenso poder, podía tocar lo intocable.

Uno de los tantos pecados por los que no debería juzgarse, a excepción claro de su esposa doña Rosa Borunda (QEPD), una gran mujer sin duda alguna.

Del tema de la violencia, aún quedan esos recuerdos de una etapa de claroscuros donde mientras unos sonreían por lo bien que les estaba yendo, otros lloraban la ola de inseguridad que apabulló muchas zonas de la entidad.

Ayudó a muchos, sí, de forma desinteresada, sí. Con recursos públicos, también (o de sus casuales loterías ganadas) pero también tuvo sombras que son gigantescas como la luna.

Quien mal recuerde a Javier Duarte de Ochoa y todo lo malo que desencadenó para el estado de Veracruz tengan presente que quien lo puso ahí fue precisamente Fidel, decisión que sorprendió a propios y extraños pues nadie daba un cacahuate por el joven regordete cargamaletas del flamante gobernador.

Héctor Yunes, se enojó.

Reynaldo Escobar, se enojo.

La innombrable (aquella que si mencionas se molesta), se enojó.

Se consideraban candidateables para ser el sucesor de Fidel y en un giro de tuerca, al más puro estilo del tío, les cambió la jugada a todos y señaló con su dedo cuenqueño al de lentes, al que tuvo un paso cuestionable en Finanzas y aún así, se sacaba la lotería.

Esa decisión, también marcó el destino de muchos veracruzanos por la ineptitud y comportamientos soberanos de los Duarte, aquellos que se creían Reyes de Veracruz.

El final de ese sexenio ya lo conoce usted, un Javier Duarte que mutó a Alex Huerta huyendo de la justicia (mandada por el propio PRI, su PRI) y luego en prisión, desde donde sigue “tuiteando”.

La deuda económica que se contrajo durante el sexenio de Fidel fue abismal, grosera y un insulto para los veracruzanos, menos para aquellos que se beneficiaron plácidamente de esos recursos, entre prensa, empresarios y nuevos ricos ellos le deben un agradecimiento en vida y muerte al tío Fide, un hombre amado y odiado, un hombre que apagó y provocó el fuego con las manos, un hombre tenaz que desde el humilde Nopaltepec, nació para conquistar a todo el estado de Veracruz.

Los negocios del yerno de Nahle

@LineaCaliente


Por Edgar Hernández*

De siempre la política ha dado para todo.
Se recuerda la época de los “Cachorros de la Revolución” en la época de Alemán con las comaladas de millonarios que dejaban los negocios al amparo del poder y ¿cómo olvidar el saqueo histórico de las arcas públicas en Veracruz donde ya mismo estamos viviendo el desvío de más de 3 mil millones de pesos de parte del gobierno de Cuitláhuac García?
Presente aun en el imaginario colectivo las históricas deudas públicas de la era López Portillo que nos dejó por pagar 75 mil millones de pesos que revientan con otro peor, Andrés Manuel López Obrador, quien cierra su sexenio con pagos por hacer los siguientes 80 años por 7 billones de pesos -un billón equivale a un millón de millones de pesos-.
Los ejemplos vienen a cuento guardada proporción, ante la revelación periodística hecha por el periodista Armando Ortiz en donde habla de una danza millonaria de la hoy familia en el poder.
Sin quitar un punto o una coma, aquí esta es la reseña del también director del portal “Libertad Bajo Palabra”:
“Dice el refrán popular: «No le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde haya». Todos los secretarios de Educación saben que hay un área muy discrecional en la SEV, que ni siquiera se audita, que no tiene que rendir cuentas a nadie, un área en la que mensualmente caen millones y millones de pesos en “cash”. Esa área durante sexenios perteneció a los líderes de la Sección 32 del SNTE, quienes formaban una asociación civil para que les depositaran el dinero del que no tenían que dar ninguna explicación. ¿A qué área nos referimos? Pues al área de las cafeterías o cooperativas escolares. En tiempos pasados los directores de los diferentes niveles de secundarias de todo el estado de Veracruz, tenían la instrucción de su líder moral, Callejas Arroyo, de depositar una parte de las rentas de las cafeterías escolares, a una cuenta bajo el nombre de Equipo y Liderazgo Mexicano.
Para que se dé usted una idea de cuánto dinero se depositaba, baste decir que una cafetería como la Técnica 3 de Xalapa pagaba de renta 2 mil 500 pesos diarios, al mes eran 55 mil pesos, al año 2 millones 200 mil pesos. Multiplique usted esa cantidad por las miles de escuelas secundarias que hay en todo el estado de Veracruz. Claro, no todas las escuelas secundarias pagan 2 mil 500 pesos diarios de renta, pero la entrada de efectivo no deja de ser multimillonaria. Pues resulta que la gobernadora Rocío Nahle colocó a su yerno, Fernando Bilbao Arrieta, esposo de Tania Peña Nahle, al frente de las cooperativas escolares.
Es por ello que Claudia Tello y su noviecito de la SEV están echando chispas, porque ellos ya estaban formando su asociación civil para embolsarse todo ese dinero. La pregunta que surge es, ¿qué va a hacer con todo ese dinero el yerno de Rocío Nahle? No nos cabe duda que el joven yerno mes con mes estará informando a los veracruzanos cuánto dinero entra por la renta de cafeterías en todo el estado, pero sobre todo nos informará en qué programas de bien común estará usando ese dinero. Seguiremos informando”.
¡Sin palabras!

*Premio Nacional de Periodismo

Los platos rotos

Por Jaime Bayly

Lo que más me entristece al atestiguar mi creciente e inexorable deterioro físico es que ya no puedo correr. Me he olvidado de correr, ya no sé cómo hacerlo. Mi cuerpo de mamut pesa tanto, y mis músculos se han vuelto tan flácidos, y mis reservas de vigor y energía han declinado tanto que, aun cuando lo intento, ya no puedo correr. Mis últimas tentativas de correr han resultado en unos fracasos tan bochornosos que me he propuesto no seguir haciendo el ridículo.
Todo se me cae. Todo se me mancha. Todo se me rompe. Todo se me olvida.

Estoy por cumplir sesenta años y me siento acabado, como si tuviera ochenta.

Es verdad que cuando era un niño ya se me caían las cosas y mi padre se enfurecía y me miraba con rabia y me decía manos de mantequilla. Pero ahora se me caen más cosas, más frecuentemente, más ruidosamente. Se me caen los cubiertos, los platos, los vasos. No consigo sostener nada con una mínima firmeza. Mis manos tiemblan como si supieran que el objeto que cargan de un modo vacilante caerá pronto al piso y será un estrépito. Caen los platos y los vasos y se rompen. Caen los cubiertos y me agacho y no logro recogerlos porque mi cuerpo no es capaz de flexionarse para llegar a ellos.

Mi esposa contempla ese espectáculo con serena templanza, como si hubiese sido educada estoicamente para gobernar el caos que la salpica. Es ella quien recoge los platos rotos, los cubiertos esquivos, los vidrios del frasco de mermelada dispersos en el piso de la cocina. No me hace el menor reproche. Sabe que me siento fatal cuando se me caen las cosas. Sabe que veo la sombra ominosa de mi padre cuando se me caen las cosas. Sabe que con las cosas me caigo yo también, me rompo yo también.

Lo que más me entristece al atestiguar mi creciente e inexorable deterioro físico es que ya no puedo correr. Me he olvidado de correr, ya no sé cómo hacerlo. Mi cuerpo de mamut pesa tanto, y mis músculos se han vuelto tan flácidos, y mis reservas de vigor y energía han declinado tanto que, aun cuando lo intento, ya no puedo correr. Mis últimas tentativas de correr han resultado en unos fracasos tan bochornosos que me he propuesto no seguir haciendo el ridículo y contentarme con caminar de noche, una pequeña linterna encendida en mi mano derecha.

Cuando era niño, y después adolescente, corría sin esfuerzo alguno, corría como si volara, corría decenas de kilómetros sin fatigarme, al lado de mi instructor personal. Mi madre había contratado a un profesor de gimnasia que venía a la casa después del colegio y me sometía a una rigurosa sesión de ejercicios. Yo tenía diez, once, doce años, y era feliz haciendo planchas y abdominales, cargando pesas, saltando soga, pero sobre todo me desbordaba de felicidad cuando corría a toda prisa, siguiendo el ritmo enfebrecido de mi instructor. Salíamos de la casa en las alturas de una colina, bajábamos el cerro por la pista serpentina, huyendo de los perros bravos, y luego corríamos por las vías del tren, al pie del río marrón. Yo no me cansaba, corría muy deprisa, sentía que corría tan velozmente como un perro galgo y que siempre podía correr unos kilómetros más allá. Era la felicidad en estado puro y, sin embargo, yo no era consciente de ello, no sabía que nunca más correría como en aquellos años en que me sentía glorioso, invicto, inmortal. Cuando pienso en los momentos más felices de mi adolescencia, me veo así, corriendo por las vías del tren con mi profesor de gimnasia, cuando correr me resultaba tan fácil como caminar o respirar o patear una pelota.

Porque después de correr un par de horas, mi instructor de calistenia y yo volvíamos a la casa de mis padres y jugábamos un rato al fútbol. Yo amaba el fútbol: amaba jugarlo, amaba verlo, amaba narrarlo. Mi profesor se plantaba como arquero en el jardín, qué más le quedaba, y yo pateaba penales y tiros libres al arco que él custodiaba, mientras lo narraba todo como si fuese un locutor deportivo. Aquella era otra forma de felicidad en estado puro, la de jugar al fútbol en el jardín de la casa. No sabía yo que esa forma espléndida y luminosa de ser tan feliz habría de abandonarme también, con los años, los achaques repentinos y la mórbida decadencia de mi cuerpo. No recuerdo ya la última vez que jugué al fútbol. Sé que fue de noche, en una cancha de cemento, cerca del mar, y que hice el ridículo, porque mi cabeza pensaba una jugada y mi cuerpo era incapaz de ejecutarla. Peor todavía, no podía correr, y por eso mis movimientos eran lentos, sosos, predecibles, y me quitaban la pelota, y me daba vergüenza verme jugando así de mal, siendo el hazmerreír de mi equipo. Nunca más, me dije, y así fue, no he vuelto a saltar a la cancha, vestido de corto.

Todo eso se me ha perdido ahora, correr como si volase, jugar al fútbol sin esfuerzo, y no volverá más, y será un recuerdo que empalidezca con el tiempo. Yo fui un gran corredor y un buen futbolista, pero no podría probarlo, no tengo videos o imágenes que así lo demuestren, y entonces solo puedo aferrarme a mi palabra, mi credibilidad, y nadie confía en mi palabra, porque tengo fama de mentiroso.

Tanto me gustaba el fútbol en aquellos años tempranos que me escapaba del colegio, usaba el transporte público y me dirigía al club de fútbol donde se entrenaba mi equipo favorito. Como lo hacía con bastante frecuencia, ciertos jugadores y el entrenador del plantel ya me conocían y me decían apodos cariñosos. Sentado al borde de la cancha, yo tomaba apuntes en un cuaderno del colegio y soñaba con ser entrenador. En realidad, soñaba con ser futbolista, pero cuando los jugadores profesionales me decían para sumarme a las prácticas y disparar unos tiros al arco, yo le pegaba a la pelota con todas mis fuerzas y me salía un tiro suave, blando, inofensivo, una masita dulce que llegaba sin peligro alguno a las manos del arquero. En aquellos entrenamientos comprendí que yo no era suficientemente fuerte ni viril para ser un futbolista de primera, porque carecía de potencia, de fuelle, de violencia física, de aspereza en los pies para triunfar entre los mayores, y entonces me resigné a ser entrenador o, casi mejor, periodista deportivo.

La verdad es que yo no quería terminar el colegio ni pasar por la universidad. Yo quería ganarme la vida viendo fútbol, narrando fútbol, comentando fútbol, escribiendo sobre fútbol. Me parecía la mejor de todas las vidas posibles: viajar por el mundo viendo grandes partidos desde una cabina, relatándolos, comentándolos. Aunque, en secreto, a veces me decía a mí mismo que algún día sería el entrenador de mi club favorito, de aquellos muchachos a los que veía practicar ciertas mañanas, en lugar de quedarme mansamente en el colegio, memorizando cosas inútiles.

En aquellos años, mi memoria era poderosa. Me sabía las alineaciones de todos los equipos de fútbol de mi país. Me sabía los suplentes y los árbitros y los entrenadores. También me sabía los nombres de los presidentes de todos los países importantes, los nombres de los escritores famosos y sus obras memorables, los nombres de los actores y las actrices y sus mejores películas. Era una máquina para memorizar nombres de guerras y batallas, de imperios y emperadores, de ríos y volcanes, de conquistadores y pontífices. Como sabía que mi memoria era robusta, solía alardear de ella y cuando leía una novela memorizaba un párrafo entero y luego se lo decía a una chica para impresionarla.

Pero ahora mi memoria también se cae, se mancha, se rompe, y en sus pasillos deshabitados se escucha, como un eco incesante, el ruido de las cosas al caer. Me ocurre entonces que estoy viendo un partido de fútbol en la televisión y quiero insultar a un jugador y ya no recuerdo su nombre y quedo hundido en una laguna, de pronto pasmado, alelado, y tengo que ir a la tableta electrónica para averiguar lo que mi cabeza ya no recuerda. Y entonces me olvido de los nombres de los escritores, de sus obras, como me olvido de los nombres de los actores y las actrices y las grandes películas, como me olvido de los nombres de ciertos políticos. El otro día quería recordar los nombres de mis primeras suegras y solo atinaba a recordar sus apellidos, pero no sus nombres, qué bochorno tener que recurrir a los árboles genealógicos sembrados en internet para reencontrarme con ellas, con unos nombres que me habían abandonado.

A todo eso me he reducido entonces, en vísperas de cumplir sesenta años: a ser un hombre al que se le caen las cosas y no puede agacharse a recogerlas, un hombre que se ha olvidado de correr y a duras penas se atreve a salir a caminar, un hombre que ya no podría jugar un partido de fútbol y no se sabe de memoria la alineación de ningún equipo, un hombre caído, un hombre roto, un hombre manchado, un hombre que todo lo olvida y pronto será olvidado.